Melchor Fernández Almagro: sobre el inicio y el final del reinado de Amadeo I

    "Con la entrada de Amadeo I en Madrid -2 de enero de 1871- daba comienzo, no sólo un nuevo reinado, sino que al mismo tiempo se instauraba una nueva dinastía [...] En la lenta y brillante paseata, don Amadeo, gallardo jinete, altiva la bien barbada cabeza, imperturbable en la expresión, que pudiera haber alterado tanto el peligro del atentado que se temía como la natural inclinación de todo príncipe a halagar con sonrisas a la multitud, saludaba con cierto automatismo, a derecha e izquierda, [...] Para las contadas personalidades que habían acompañado a don Amadeo desde Italia, ese secreto empezaba a descifrarse, en sentido nada favorable por cierto, si es que no poseían ya por entero la clave de un carácter tan primario y elemental como el del nuevo rey. Casi todos los comisionados consideraron cuestión de delicadeza, y aun de interés político, reservar el silencio sobre las luces del monarca, compensando este silencio con recalcados encomios a su serenidad, a su rectitud y a la discreción con que parecía escuchar. Después de todo, su papel de rey constitucional no le obligaba a mucho más, pero es claro que la interpretación del Código político requería una flexibilidad, una experiencia, una rapidez mental que don Amadeo, por lo visto, estaba lejos de poseer". [...]

   "A la una y media del día 11 -histórico día 11 de febrero de 1873- don Amadeo entregó a Ruiz Zorrilla, personado en palacio con Martos, ministro de Estado, su renuncia a la Corona de España en un mensaje <<Al Congreso>> [...] Decía, entre otras cosas: 

   <<Dos años largos ha que ciño la corona de España, y la España vive en constante lucha, viendo cada más lejana la era de paz y de ventura que tan ardientemente anhelo. Si fuesen extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados tan valientes como sufridos, sería el primero en combatiros; pero todos los qué con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males dé la nación son españoles, todos, invocan el dulce nombre de la patria, todos pelean y se agitan por su bien; y entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible atinar cual es la verdadera, y más imposible todavía hallar el remedio para tamaños males.

   Lo he buscado ávidamente dentro de la ley, y no lo he hallado. Fuera de la ley no ha de buscarlo quien ha prometido observarla. Nadie achacará á flaqueza de ánimo mi resolución. No había peligro que me moviera a desceñirme la corona si creyera que la llevaba en mis sienes para bien de los españoles, ni causó mella en mi ánimo el que corrió la vida de mi augusta esposa, que en este solemne momento manifiesta, como yo el vivo deseo de que en su día se indulte a los autores de aquel atentado. Pero tengo hoy la firmísima convicción de que serian estériles mis esfuerzos e irrealizables mis propósitos.

   Estas son, señores diputados, las razones que me mueven a devolver a la nación; y en su nombre á vosotros, la corona que me ofrecía el voto nacional, haciendo de ella renuncia por mí, por mis hijos y sucesores>>. 

Melchor Fernández Almagro, Historia política de la España contemporánea, Madrid, Alianza Editorial, 1968 (pp. 108-110, 157-158).

https://youtu.be/QX9WUFy6DAQ   Las Migas: Los cuatro muleros 


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