Frédéric Beigbeder, Oona y Salinger

"Creía que vestir bien le hacía a uno inteligente, y en su caso era cierto. Tenía dieciséis años, se llamaba Truman Capote".

"El hombre maduro elige a una mujer joven porque ésta le garantiza, hasta su muerte, que se le corte la respiración cada vez que la vea salir del baño. Y la joven está contenta de ser tan admirada, sobre todo si ha tenido problemas paternos. En el siglo XXI, la interminable cohorte de niñas sin padre constituye un vivero en el que se abastecen a saciedad todos los viejos repugnantes. [...] Oona se enamoró de Chaplin porque éste ya había dejado atrás su ambición; Chaplin se enamoró de Oona porque ésta tenía toda la vida por delante. A decir verdad, a partir del momento en que se conocieron, Chaplin vivió tan sumergido en la felicidad que no rodó más que películas malas".

"Hay que ver todas las condiciones que tuvieron que darse para que naciera una mujer como Geraldine Chaplin... Vayamos por orden: la emigración irlandesa a los Estados Unidos, la travesía de Charlie hacia Hollywood, el encuentro entre Eugene y Agnes, los años locos del cine mudo, el encierro de un enorme dramaturgo en su teatro interior, la tragedia silenciosa del divorcio cuando no existía el divorcio, los tres matrimonios fracasados de Charlie mientras inventaba el cine popular, el crac de 1929, la soledad desenfrenada de Oona en Manhattan, Pearl Harbor, la partida a la guerra de Jerry... Hicieron falta muchas coincidencias y azares; tenían una posibilidad entre un billón de llegar a fabricar juntos a Geraldine Chaplin, nacida en Santa Mónica el 31 de julio de 1944, para que, al cabo de veinte años, pudiera actuar en El doctor Zhivago y su hija, Oona Castilla Chaplin, pudiera un día morir apuñalada con un hijo en el vientre en Juego de tronos". 


Frédéric Beigbeder, Oona y Salinger, Barcelona, Anagrama, 2016.

Escribe bastante bien este pájaro. 



Comentarios

  1. Pos bien. Las mismas posibilidades de que mi padre conociera a mi mami. Argumento idiota.

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    1. Cierto. Es más, es la misma cantidad de coincidencias y azares que han de suceder para que determinado día, a cierta hora, cualquiera de nosotros pise la mierda de un concreto perro (y no otro) en una precisa esquina de Alicante.

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