Michel Houellebecq, Serotonina

 "La historia empieza en España, en la provincia de Almería, exactamente a cinco kilómetros de El Alquián, en la carretera N-340. Estábamos a principios del verano, seguramente a mediados de julio, hacia el final de la década de 2010; me parece que Emmanuel Macron era presidente de la República. Hacía bueno y un calor tórrido, como siempre en esta estación en el sur de España. Era primera hora de la tarde y mi Mercedes 4x4 G 350 TD estaba en el aparcamiento de la gasolinera Repsol. Acababa de llenar el depósito de diésel y estaba bebiendo lentamente una Coca-Cola Zero recostado en la carrocería, invadido por una tristeza creciente ante la idea de que Yuzu llegaría al día siguiente, cuando un Volkswagen escarabajo paró delante de la máquina de aire.

   Se apearon del coche dos veinteañeras, hasta de lejos se veía que eran preciosas, en los últimos tiempos me había olvidado de hasta qué punto pueden ser encantadoras las chicas. Me produjo una conmoción, como una especie de golpe teatral exagerado, ficticio. El aire era tan caluroso que parecía animado por una ligera vibración, al igual que el asfalto del aparcamiento, eran exactamente las condiciones para la aparición de un espejismo. Pero las chicas eran reales y sucumbí a un leve pánico cuando una de ellas vino hacia mí. Tenía una larga melena castaño claro, muy ligeramente ondulada, y llevaba en la frente una delgada cinta de cuero recubierta de motivos geométricos de colores. Una banda de algodón blanco le cubría más o menos los pechos, y su falda corta, flotante, también de algodón blanco, parecía dispuesta a levantarse al menor soplo de aire; sin embargo, no había ninguno, Dios es clemente y misericordioso". 

   "Quien no tiene valor para matar no tiene valor para vivir". 

    "Thomas Mann, el propio Thomas Mann, y esto era sumamente grave, había sido incapaz de huir de la fascinación de la juventud y la belleza, que al final había situado por encima de todo, por encima de todas las cualidades intelectuales y morales, y a las cuales, a fin de cuentas, él también, sin la menor contención, se había entregado abyectamente. Así pues, toda la cultura mundial no servía para nada, toda la cultura del mundo no aportaba ningún beneficio moral ni ventaja alguna, puesto que por los mismos años, exactamente en los mismos años, Marcel Proust, al final de El tiempo recobrado, concluía con notable franqueza que no sólo la relaciones mundanas, sino incluso las relaciones de amistad, eran incapaces de ofrecer nada sustancial, eran pura y simplemente una pérdida de tiempo y que el escritor, contrariamente a lo que cree todo el mundo, no necesitaba en absoluto conversaciones intelectuales, sino <<amores ligeros con muchachas en flor>>". 

Michel Houellebecq, Serotonina, Barcelona, Anagrama, 2019. 




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