Rafael Chirbes, Mediterráneos

“Conocí el Mercado Central de Valencia cuando era un niño, cogido alternativamente de las manos de mi abuela, de mis tías abuelas y de mi madre. Por eso, su espacio bullicioso guarda todavía para mí el color, los olores y esa intocada alegría y malicia de la infancia. Para un niño pueblerino, la opulencia y variedad de productos, las cantidad de puestos, que por entonces desbordaban las escaleras del edificio modernista y prolongaban el mercado en el exterior, continuando la increíble oferta en las covachuelas que hay bajo la tribuna de la iglesia de los Santos Juanes y también en las calles cercanas, los bajos de cuyos edificios estaban apretadamente ocupados por tiendas en las que se vendían salazones, especias, aperos, juguetes, figuritas de Belén, o telas, componían una fascinante cueva de Alí Babá, un abigarrado zoco cuya belleza y variedad de ruidos, colores y olores me llenaban de un aturdimiento que no volvió a capturarme hasta muchos años más tarde en mercados remotos: Fez, Cantón; o Tanjung Pinang, en el archipiélago de las islas Riau, cerca de Singapur”.

Rafael Chirbes, Mediterráneos, Barcelona, Anagrama, 2008.


Comentarios

  1. Tal cual. Yo lo conocía tal cual se describe.

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  2. Un buen mercado tradicional suele ser un espacio de realismo mágico. Las grandes superficies... como que no.

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