Darío Fernández Flórez, Los tres maridos burlados

 "Huérfano prematuro, bajo la tutela de un tío que le burló la turbia herencia, Visantet sudó una difícil y afanosa juventud. Duros trabajos primeros, pequeños tratos después, la cosa fue que, desde la uva pasa y las azucaradas mistelas de Denia, Visantet comenzó a ser Vicente, e incluso don Vicente, gracias a una cierta fábrica de muebles que montó en Benisa y que empezó a criarle números en su cuenta corriente, Denia se le hizo al hombre estrecha y el impasible pico del Mongó demasiado quieto. Abandonó, pues, la calurosa ciudad, sus calles sofocadas, sus noches martirizadas por los mosquitos, y bajó hacia la acogedora Alicante, tras un lucrativo traspaso de su pequeña industria en Benisa.

   La antigua Lucentum le gustó. Su maravilloso clima, la alegría de sus paseos y de sus calles, la expresiva acogida de sus habitantes y sus grandes posibilidades comerciales le decidieron a fijar en la ciudad la base de sus operaciones. Alicante le agradaba tanto al joven Samper, que cuando se lustraba los zapatos sentado en la terraza del casino, frente a las palmeras de la Explanada de España, se sentía feliz. Tan feliz que hasta los motes de la lotería local, voceados por los ciegos de la ciudad, le hacían reír a solas, jubilosamente como si esta gracia alicantina fuera algo suyo. El marrano, la galera, el arpa, el galán, la zanahoria y, sobre todo, el caramelo de la novia, con su maliciosa intención, lo llenaban de regocijo, aun cuando, naturalmente, jamás dilapidara ni una peseta en adquirirlos. [...]

   Espectáculos, bailes, guateques, comilonas en el Miramar, de Santa Pola, y amenas excursiones se unían a sus éxitos comerciales, trayéndole unos días felices. Hasta que la guerra, con su cólera ciega y destructora, acabó con tan dichosas jornadas, trasladándolo, un mal día, al frente de Baza. 

   Después, con salvar el pellejo ya tuvo ocupación suficiente. [...]

  Vicente reanudó, pues, sus variados trajines, aún más decidido que antes, aún más implacable y cruel en sus tratos. Porque los tres años de guerra habían acentuado su voracidad, su falta de escrúpulos y esa ambición de poder, de dinero, que le creía dentro. [...] Entre todo esto, había conocido a Balbina y se había casado en Elche con ella, pese a la oposición de su futuro suegro, el señor Llovet, a quien no agradaban los tratos del pollo.

    La otra guerra trajo nuevas riquezas a Samper. Se metió en barcos y el alza de los fletes le produjo incalculables ganancias. [...] Con tal éxito que muy pronto se instaló en la capital [...]

   No es difícil imaginarse, pues, cómo el levantino matrimonio se introdujo en esta nueva clase social española, producto de dos guerras, que ha sido creada por el alto estraperlo, el contrabando de las divisas, la evasión de capitales y otras tantas especulaciones capaces de producir rapidísimas ganancias. Una clase social que ha ido cuajando en Madrid y en algunas de nuestras provincianas capitales, y que se distingue, naturalmente, no sólo por su falta de escrúpulos morales, sino también por deformar groseramente la función del dinero. Esta poderosa masa, mucho más abundante que aquella clase de los nuevos ricos que criaron las generaciones anteriores, pesa desdichadamente sobre la actual vida social española, lastrando sus posibles vuelos, ahogando su inteligencia, martirizando sus creaciones artísticas y dando a nuestra sociedad urbana un tono gris, necio y mediocre, que no tolera rebeldías ni independencias valerosas del espíritu".  

Darío Fernández Flórez, Los tres maridos burlados, 1958 



 

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