La Banda de Moebius: Sobre el motín de la trucha en Zamora
"Es este suceso, en efecto, uno de los casos más antiguos y más ilustres en Europa del levantamiento de la burguesía naciente contra la opresión del señorío.
Fue en el año 1158. Era Zamora todavía entonces una ciudad grande y floreciente, y como tal había desarrollado una abundante población de menestrales y mercaderes -apenas distinguidos los unos de los otros-, con toda la naciente pujanza de sus industrias y sus gremios.
Por otra parte tenían el poder gubernamental gentes de la nobleza, generalmente extranjera, como el conde Ponce de Cabrera, a quien el rey había entregado la administración, y el regidor Álvarez de Vizcaya. [...]
Pues bien, sucedía que el privilegio de los nobles se hacía sentir notoriamente en el mercado de la ciudad, por cuanto dispuesto estaba que de todas las mercadurías que cada día salieran a la plaza tenían los nobles la primer opcion a compra, y sólo de los que ellos no hubieran adquirido podían abastecerse los plebeyos.
Así las cosas, ocurrió un día de ese año que bajó al mercado una trucha, famosa sin duda, la cual, habiendo pasado al parecer la hora en que podían presentarse los nobles a la compra para ejercer su primacía, la tenía ya ajustada para llevársela un maestro zapatero de la ciudad; cuando se presenta un criado o mayordomo del regidor Álvarez de Vizcaya y viéndola a su vez pretende adquirirla para la mesa de su señor.
Ante el abuso del poder que amenazaba, el zapatero y aún el pescadero mismo, no en vano camarada del estado llano, se resisten al principio con argumentos (que la hora de la opción era pasada y que la trucha, por tanto, pertenecía ya a la compra de los plebeyos) y al fin, ante la pertinacia de los criados, con algo más que palabras, como se dice. tercian otros esbirros y los nobles mismos en la contienda, se arremolinan otros burgueses, menestrales y verduleras, se traba descomunal pelea y queda al fin la plaza como campo de Agramante, pero la ajetreada trucha de la parte de los burgueses.
La mortificación y furia de los nobles no conoce limites, y convocados aquella misma tarde en la Iglesia de Santa María la Nueva, celebran concilio para organizar la represión y castigo de los plebeyos.
Más los plebeyos ya no aguardan a que el concilio se levante: armados todos de las armas improvisadas con los avíos de su oficio, de las hoces y picos a las gubias y tijeras, y empuñando sendas antorchas vengativas, se dirigen a a iglesia, la cercan con toda la nobleza dentro, los dejan encerrados y le prenden fuego. [...]
Pereció, pues, achicharrada la nobleza hasta su último representante. [...]
Los rebeldes, entre tanto, se metieron por la ciudad a rematar su obra dentro de lo posible, y así prendieron fuego igualmente a la casa del regidor Álvarez de Vizcaya y, en el punto más glorioso de la exaltación -mirabile dictu- abrieron las puertas de la cárcel de la ciudad y dejaron a los presos que se unieran a sus huestes, parece ser que sin hacer la menor distinción entre los políticos (los que estaban arrestados por la contienda del mercado) y los comunes.
Pasó la noche gloriosa, llegaron los pesares del siguiente día; y allí los plebeyos mostraron cómo podía conjugarse con el más ardiente atrevimiento la visión más clara y desengañada [...] Conociendo, pues, que poco tendrían que hacer y mucho que perder si pretendían mantener su rebelión contra el poder central, que estaba ya entonces en la persona del rey constituido, y que los nobles iban a conjurarse para ejecutar en ellos la venganza más sangrienta, con maravillosa rapidez tomaron su decisión y pusiéronla por obra: abandonando la ciudad a la clerigalla que había pervivido y a algunos escasos viejos, desvalidos y no participantes, formaron todos con las mujeres y los niños, prontamente apilando enseres y riquezas sobre sus carros, una larguísima caravana (7.000 personas dicen las memorias oficiales, de las cuales 4.000 hombres en edad de armas) y emprendieron el éxodo hacia la raya de Portugal, antes de que las tropas reales y de la nobleza pudieran reaccionar e irles al alcance.
Llegados que fueron a un poblado cercano a la frontera, donde pensaron que se hallaban bien a salvo, mandaron al rey (pues bien imaginaron que aún podía jugarse en aquel trance con la disensión entre los restos del señorío y la naciente monarquía) un recado lleno de dignidad y de firmeza: que si no declaraba fehacientemente perdonado y libre de toda culpa al pueblo entero de Zamora y prestaba su real promesa de librarles de la opresión de los señores, pasarían todos a establecerse en Portugal y dejarían la ciudad definitivamente abandonada.
Hubo de ceder el rey a presión tan eficazmente presentada; declaró absuelto sin excepción a todo el pueblo, y prometió lo que pedían; como había de cumplirse, siendo el conde Ponce de Cabrera sustituido por gobernantes menos malquistos de la burguesía. Conque así retornaron los ciudadanos y volvieron a poblar las calles de Zamora y a llenarlas con el rumor de sus industrias."
La Banda de Moebius, Manifiesto de la Comuna Antinacionalista Zamorana, Madrid, Luis Manuel Rodríguez editor, 1978 (1ª ed. 1976).
Jamás lo había leído pese a 2 visitas a la ciudad. Otra Fuenteovejuna.
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