Mark Galeotti, Tenemos que hablar de Putin

     "Cuando Putin accedió por primera vez al poder, en el año 2000, hablaba el lenguaje del nacionalismo más duro, pero asombrosamente pragmático en la práctica. La democracia occidental no le entusiasmaba, pero estaba convencido de que el mejor futuro para Rusia dependía de que llegara a establecer algún tipo de relación positiva a nivel operativo con Occidente. Los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 le brindaron una oportunidad perfecta para tender un puente sobre la base de un asunto de genuino interés común: fue el primer mandatario del mundo que se puso en contacto con el presidente George W. Bush para manifestarle su solidaridad tras los atentados, y luego le prestó apoyo práctico y asistencia en diversos aspectos, desde compartir información reservada hasta autorizar el abastecimiento a través de Rusia de las fuerzas de coalición desplegadas en Afganistán.

      Sus gestos de cooperación no encontraron la esperada correspondencia en Occidente. Putin confiaba en que su guerra brutal contra el separatismo checheno, que él presentó como una operación antiterrorista, fuese acogida con análoga comprensión, y le enfureció recibir críticas por la violación de derechos humanos (cuando sus fuerzas atacaron ciudades e internaron a civiles). Cuando, en 2004, se aprobó el ingreso en la OTAN de siete países centroeuropeos, incluidas las tres repúblicas bálticas que antaño habían formado parte de la URSS, Putin lo interpretó como un incumplimiento flagrante de anteriores acuerdos (cuya existencia no reconoció la OTAN) y como la expansión hacia el este de una alianza militar antirrusa".

       "Desde luego, Putin es un Homo sovieticus, un producto de la época soviética. [...] En la Universidad Estatal de Leningrado tuvo que afiliarse al Partido Comunista como requisito para poderse graduar. Pero no es un comunista en ningún sentido ideológico, ni siquiera según los estándares cínicos y corruptos de los últimos tiempos soviéticos, cuando la mayor parte de la élite del partido se limitaba a recubrir su interés personal con una bandera roja. Más bien parece echar de menos el orden de aquel tiempo y, desde luego, le duele la pérdida de la condición de superpotencia indiscutible que ostentaba la Unión Soviética". 

       "A fin de cuentas, en opinión de Putin, la decadencia de los valores culturales distintivos de Rusia y su singularidad civilizatoria repercuten también sobre el lugar que ocupa en el mundo, porque <<sin historia, sin cultura, sin mentalidad, nada funciona. Eso es lo que mantiene unidas todas las piezas, lo que crea un país, garantiza su cohesión y determina su posición en la escena internacional>>". 

Mark Galeotti, Tenemos que hablar de Putin, Madrid, Capitán Swing Libros, 2022, 117 p. 

Estas citas proceden de las páginas 39-40, 41 y 45.

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