Lorenzo Silva, Nadie por delante

    "La misión del soldado no es hacer la guerra, sino antes bien contribuir a evitarla. Y no es este un concepto moderno, vinculado a las consideraciones que movieron en su día a cambiar el nombre del Ministerio en cargado de la cosa marcial, que ante se llamaba de la Guerra y ahora es de Defensa. Cuenta en su Historia de las guerras Procopio de Cesarea que allá por el año 542, cuando el emperador persa Cosroes amenazaba con un gran ejército la región oriental del Imperio bizantino, el general Belisario cabalgó a toda prisa con una tropa reducida hasta Europo, una antigua ciudadela a orillas del Éufrates, aguas arriba y no muy lejos de esa Al Qaim donde en 2917 el Dáesh defendía su último reducto iraquí Al ver un emisario persa a aquella hueste selecta y aguerrida, formada entre otros por hérulos, tracios y godos, los más temibles combatientes con que a la sazón contaba Bizancio, fue a aconsejarle a su señor que no corriera el riesgo de sufrir una derrota frente a ella. Cosroes se replegó y aceptó entablar negociaciones para acordar la paz, a lo que hasta entonces se había negado. Sostiene Procopio que el arrojo y la rapidez de aquel general y de su tropa, irrisoria frente al ejército persa, fueron determinantes para impedir las hostilidades.

     Sobre paradojas como estas se asienta el quehacer de quien tiene como profesión estar listo para la guerra; por eso, aquellos que han desarrolado una conciencia precisa de su oficio evitan la temeridad que -según ya advertía Belisario, citado en esas mismas páginas por Procopio- <<lleva al desastre>>". 

-     Lorenzo Silva, Nadie por delante, Barcelona, Destino (Planeta), 2022, 295 p.

La cita es del final del libro, del epílogo titulado "Agradecimientos", pp. 292-293.