Cristóbal Zaragoza, Y Dios en la última playa

     "Se limitó a decir que tenía trabajo y se encerró en su cuartucho para memorizar un texto de 1964, el catecismo de su nueva religión: <<Para el gudari-militante comprometido de cuerpo y alma en la GR, engañar, obligar y matar no son actos únicamente deplorables sino necesarios. En este sentido es mucho menos escandaloso fusilar traidores que fusilar enemigos. Somos intransigentes en nuestra idea, en nuestra verdad, en nuestra meta esencial. Nosotros tenemos miles de blancos para elegir el que queremos. Nos podemos permitir el lujo de atacar donde y cuando queramos. Conforme a esto, y aplicando la ley de concentración de fuerzas, atacamos un blanco bien concreto, determinado y previamente estudiado. En el momento de atacar, pues, somos más numerosos y fuertes que el enemigo. La norma es embestida de toro, defensa de jabalí y huida de lobo>>. Papadoc se lo confesó: el afecto que siento por ti va más lejos del que se siente por el compañero, quizá en mi vida ha faltado el hijo no lo sé. Lo que sí te digo es que si me defraudas no tendré más remedio que pegarte un tiro".  

Cristóbal Zaragoza, Y Dios en la última playa, Barcelona, Planeta, 1981.





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