Ana Arranz, Cristina Granda: La Edad Media

 <<El renacimiento carolingio.

Bajo el dominio merovingio las escuelas habían caído en una decadencia total. Existían pocos libros y el clero era ignorante hasta el punto de no comprender el latín de las plegarias y de los sacramentos. La dinastía carolingia tenía necesidad de reorganizar la enseñanza en sus dominios. Carlomagno deseaba unos eclesiásticos de mayor nivel intelectual, así como una nobleza formada por funcionarios instruidos, con el fin de asegurar el buen desarrollo y funcionamiento de un Estado centralizado. [...]

Se creó una Academia palatina (diferente a la Escuela palatina) compuesta por letrados del séquito de Carlomagno; la legislación escolar llevó la cultura a todos los obispados y monasterios; se favoreció la circulación de libros; la enseñanza se impartió en escuelas, catedrales y claustros. Y, por encima de todo, el éxito más resonante la constituyó la reforma de la escritura: la minúscula carolina, letra que suplantaría a todas las escrituras que, a partir de las romanas, habían ido degenerando. [...]

Destaca la figura de Juan Scoto Eriúgena, el más genial de los pensadores del renacimiento carolingio. Nacido en Irlanda en el primer cuarto del siglo IX, nos dejó en su De divisione naturae un sistema filosófico de signo neoplatónico. En ella expone una descripción del universo indivisiblemente filosófica y teológica. Las criaturas descienden del creador (división) y retornan a él (resolución o análisis). Este ir y venir da el sentido real a la división de la naturaleza en cuatro especies: la que crea y no es creada; la que es creada y crea; la que es creada y no crea; la que no crea ni es creada. Con su obra, que en seguida suscitó entusiasmo y desconfianza simultáneamente, Scoto conseguía introducir en Occidente las más audaces especulaciones griegas. En su De praedestinatione intentó demostrar que en Dios, que es simple, no podía basarse, tal como pretendía Godescalco, una doble predestinación. Dios no puede prever los pecados y, por tanto, no puede preparar castigos de antemano. Pecado y pena no son nada. El infierno sólo es interior; es el remordimiento. Dios no puede predestinar el mal. [...]>> 

Ana Arranz, Cristina Granda, La Edad Media, Madrid, Alhambra, 1987.

Cita de las páginas 133-135. 

Billete de 5 libras irlandesas con la imagen de Juan Scoto Eriúgena 


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