C. G. Jung: sobre la crítica intelectual de los fenómenos religiosos

"Si las tendencias a la escisión no fueran cualidades inherentes a la psique humana, absolutamente nunca se hubieran escindido los sistemas parciales; en otras palabras, jamás hubieran existido dioses o espíritus. Por eso, a causa del culto exclusivo de la conciencia, nuestros tiempos son en tan alto grado impíos y profanos. Nuestra verdadera religión es un monoteísmo de la conciencia, una posesión por la conciencia, con una fanática negación de la existencia de sistemas parciales autónomos. [...]  En eso hay un gran peligro psíquico, pues entonces los sistemas parciales se comportan como cualquier contenido reprimido: producen compulsivamente actitudes falsas, puesto que lo reprimido asoma de nuevo en la conciencia bajo la forma inapropiada. Este hecho, que salta a la vista en cada caso de neurosis, vale también para los fenómenos psíquicos colectivos. Nuestro tiempo incurre a ese respecto en un error fatal: cree poder criticar intelectualmente los hechos religiosos. [...] Olvídase así plenamente que el motivo por el que la humanidad cree en el daimon, en absoluto tiene que ver con cualquier cosa externa, sino que reposa simplemente sobre la percepción cándida del violento efecto interno de los sistemas parciales autónomos. Ese efecto no se disuelve porque se critique intelectualmente su nombre, o se lo señale como falso. El efecto existe constantemente de manera activa, los sistemas autónomos actúan sin cesar, pues la estructura fundamental de lo inconsciente no es conmovida por las indecisiones de una conciencia transitoria. Si se niegan los sistemas parciales, imaginando que se los anula mediante la crítica del nombre, no se puede entonces comprender su efecto, que sigue existiendo a pesar de eso, ni tampoco asimilarlos más a la conciencia. Pasan entonces a ser un inexplicable factor de perturbación, que finalmente se supone en un lugar externo. Sobreviene con ello una proyección de los sistemas parciales y, al mismo tiempo se crea una situación peligrosa, pues los efectos perturbadores se atribuyen ahora a una mala voluntad exterior, que no puede hallarse en parte alguna salvo en la del vecino de l'autre côté de la rivière. Eso lleva a delirios colectivos, instigaciones de guerra y revoluciones; en una palabra,  destructivas psicosis de masas.

La locura es una posesión por un contenido inconsciente que, como tal, no es asimilado a la conciencia. Y porque la conciencia niega la existencia de tales contenidos, tampoco los puede asimilar. Expresado de manera religiosa: no se tiene ya ningún temor de Dios, y se da a entender que todo sea librado a la medida humana. Esta Hybris, o sea, estrechez de conciencia, es siempre el camino más corto al asilo de alienados. Recomiendo la excelente exposición de este problema en Christina Alberta's Father, de H. G. Wells, y en Denkwürdigkeiten eines Nervenkranken de Schreber". 

C. G. Jung y R. Wilhelm, El secreto de la flor de oro, Barcelona, Paidós, 1990.

El fragmento citado, de las páginas 50 y 51, es de Carl Gustav Jung, de un capítulo titulado "Los fenómenos del camino" y de su apartado sobre "La disolución de la conciencia".  El comentario y texto de El secreto de la flor de oro, de Richard Wilhelm, están a partir de la página 71. 



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