Mommsen: culto a los genios protectores de la casa y culto a Hércules en Roma

 "Pero de todos los cultos que se practicaron en Roma, no hay quizá ninguno que haya penetrado más profundamente en las costumbres que el de los genios protectores de la casa. Notemos en los ritos oficiales las invocaciones a Vesta y a los Penates; en las oraciones de la familia las dirigidas a los dioses de los bosques y de los campos, a los Silvanos; y ante todo, a los dioses propios del hogar, los Lases o Lares, que toman parte en las comidas de la familia, y a los que, hasta en tiempos de Catón el Mayor, dirigía primeramente sus devociones el señor cuando entraba en su casa. [...]

  Las tendencias de la religión romana son también prácticas y utilitarias, rechazando siempre el principio idealista. Después de los dioses del hogar y de los bosques, los Latinos, y con ellos las naciones sabélicas, veneran respetuosamente a Herculus o Hercules, el dios de la quinta o alquería cultivada en paz, que se convirtió en seguida en dios de la riqueza y del lucro. Nada más ordinario que ver al Romano ofrecer el diezmo de sus cosechas en el altar principal (ara maxima) del dios, situado en el mercado de los bueyes (forum boarium). Le suplica que aleje las pérdidas que le amenacen o que haga prosperar su capital. Como en este mismo lugar era donde se acostumbraba a cerrar los contratos, y a confirmarlos con el juramento, se identificó muy pronto Hércules con el dios de la buena fe (Deus Fidius). Por nada entraba el acaso en el culto de la divinidad protectora del negocio: se le honraba, dice un antiguo escritor, en todas las aldeas de Italia: en todas partes se hallaban sus altares, tanto en las calles de las ciudades, como a lo largo de los grandes caminos. Así, y por los mismos motivos, invocaban los Latinos, desde muy antiguo y en todas partes, a la diosa del acaso y del buen éxito (Fors, Fortuna) y al dios comerciante (Mercurius). Una economía doméstica severa y disposiciones especiales para el comercio, eran uno de los rasgos distintivos del pueblo romano: no hay que admirarse, pues, de encontrar la imagen divinizada de sus virtudes hasta en los más íntimos dogmas de su religión". 

Theodor Mommsen, Historia de Roma, vol. I,  Desde la fundación de Roma hasta la caída de los Reyes, Madrid, Turner, 1983. 

El fragmento transcrito está en las páginas 245 y 246. 








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