César Vidal: Alfonso VI, el Cid y la jura de Santa Gadea.

    "La talla histórica de Fernando I no puede cuestionarse. De ascendencia navarra -hablaba vascuence con su abuela-, se convirtió en el primer rey de Castilla y logró, no sólo conservar la independencia de tan joven entidad política, sino incluso ensanchar sus fronteras y ganarse el respecto de sus adversarios. Sólo un error -tremendo error- empañó su trayectoria previa. A su muerte, imbuido por la visión jurídica de origen germánico que consideraba que el reino era patrimonio del rey, dividió los territorios entre sus hijos. Uno de ellos, Sancho, decidió poner remedio a tamaño desatino y de manera inmediata comenzó a combatir a sus hermanos en un proceso reunificador. El éxito le acompañó desde el principio en su cometido, pero el 7 de octubre de 1072, encontrándose asediando Zamora, una plaza enemiga, un sujeto llamado Vellido Dolfos lo asesinó a traición. El crimen permitió a su hermano Alfonso sentarse en el trono castellano y, paradójicamente, concluir la labor reunificadora de Sancho. Sin embargo, aquella sucesión no se vio libre de críticas. Desde los claustros de los monasterios hasta los mercados del reino se afirmaba que Alfonso había sido parte en el asesinato de Sancho. Nunca se ha podido establecer sin lugar a dudas si efectivamente fue así pero, en cualquier caso, el alférez de Sancho, un joven muy dotado para el arte militar llamado Rodrigo Díaz de Vivar, fue el encargado de hacer pasar a Alfonso por el trámite -absolutamente normal- de juramento que implicaba asegurar que nada había tenido que ver con la muerte de Sancho.

   El episodio se celebró en la iglesia de Santa Gadea o Águeda -una parroquia pequeña situada en las afueras de Burgos-, ya que esta santa se relacionaba con la veracidad en los juramentos, y la leyenda lo ha revestido de aspectos como la cólera del rey y la desconfianza de Rodrigo que, con seguridad, no pertenecen a la realidad. Lo cierto fue que el joven hidalgo se limitaba a cumplir con una función aneja a su cargo. Sí es cierto que Alfonso privó inmediatamente a Rodrigo del puesto de alférez, pero teniendo en cuenta que se trataba de un cargo de confianza personal, no resulta extraño que se lo encomendara a un personaje cercano a él como era el conde García Ordóñez. Sin embargo, tan evidente resulta que Alfonso VI no desterró a Rodrigo por esa causa que durante los siguientes siete años le encomendó repetidas funciones de juez y embajador. Durante ese tiempo, la figura del espléndido guerrero -ahora obligado a dejar las armas- se fue afianzando en la corte e incluso se permitió emparentar con la más rancia nobleza asturiana al casar con doña Jimena. Todo esto sucedía a pesar de que Rodrigo se manifestó decididamente en contra de algunos proyectos del rey, como fue el de someter a la Iglesia mozárabe al primado de Roma, un paso de enorme trascendencia que encontró la resistencia de buena parte de Castilla y, desde luego, del joven caballero". 

VIDAL, César, Enigmas históricos al descubierto, Barcelona, Planeta, 2002, capítulo 5 "¿Por qué fue desterrado el Cid?", pp. 49 ss. 

Entretenido libro de divulgación que incluye interesantes episodios históricos de muchas épocas y lugares. El autor lo califica como "una obra de divulgación e incluso de entretenimiento con base histórica", pero añade al final de cada capítulo una bibliografía que respalda su versión del asunto. Para este capítulo, las obras que menciona son El Cid, de Gonzalo Martínez Díez (Barcelona, 1999); La España del Cid, de Ramón Menéndez Pidal y, de este mismo autor, El Cid Campeador  (Madrid, 1950). 


Estatua del Cid, Valencia


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