Jordi Nadal: demografía española en los ss. XVIII y XIX
“En el curso del
último milenio, las poblaciones de la Europa occidental han experimentado tres
impulsos mayores; el primero desde fines del siglo XI a principios del XIV; el
segundo durante el siglo XVI y quizá los comienzos del XVII; el tercero desde el
siglo XVIII en adelante. [...] El crecimiento demográfico iniciado en el curso
del XVIII se presenta como un crecimiento acumulativo y sostenido, y acaba
marcando una ruptura con las condiciones precedentes de la mortalidad y,
eventualmente, de la fecundidad.
[...] De hecho,
el cultivo de nuevas plantas traídas de América basta para explicar muchos de
los cambios. El maíz y la patata han salvado una parte de Europa de la
inanición. En la cuenca del Danubio la población rural se duplicó, en brevísimo
lapso de tiempo, a contar desde la adopción del maíz. Sin la patata muchas
sociedades no hubiesen podido soportar las densidades modernas, como lo prueba
la famosa hambre irlandesa y su trágica secuela de víctimas desencadenada por
la podredumbre del tubérculo, entre 1845 y 1850.
[...] En
conjunto, compensando unas etapas con las otras, de 1717 a 1797 la población
española progresó al ritmo medio de 0’42 por ciento anual, idéntico al del
primer período intercensal 1717-1768. [...] El aumento español se sitúa por
detrás del escandinavo e inglés, pero deja rezagado al de la nación vecina. Y,
lo que no es menos importante, constituye el punto de partida de una
trayectoria destinada a no interrumpirse: de 1717 en adelante cada censo ha
dado un número de pobladores superior al precedente. [...] A primera vista nos
hallamos, pues, ante un ejemplo más del cambio de régimen demográfico que en
los países más avanzados, ha acompañado al cambio de régimen económico. El
desmenuzamiento pro regiones de los datos globales parece reforzar esta
interpretación. De 1787 a 1860, cuando los datos regionales son más seguros, el
máximo incremento corresponde a Cataluña (tasa anual de 1’01 por ciento, contra
la media española de 0’56 por ciento), situada sin discusión en la vanguardia del
progreso económico. [...]
De hecho, sin
embargo, el caso español es un caso anómalo, cuya adecuada comprensión exige
remontarse mucho más atrás. La evolución demográfica de España con anterioridad
al siglo XVIII no fue normal, separándose de la de los países vecinos. En la
medida en que los datos son fiables, puede afirmarse que, del comienzo de la
era cristiana hasta el año 1700 aproximadamente, el número de franceses e
ingleses se multiplicó por cuatro como mínimo, el de italiano casi por dos, el
de hispanos sólo por 1’34. Los 7.500 millares de españoles de 1717 traducen, de
acuerdo con nuestra tesis un poblamiento muy inferior a las posibilidades del
territorio en que se hallaban asentados, incluso en régimen de economía
antigua, anterior a los grandes cambios de la industrialización. Casi con seguridad puede afirmarse que el
larguísimo proceso de la Reconquista, durante la Edad Media, y las cargas del
Imperio bajo los Austrias, dejaron a España menos poblada de lo que de otro
modo hubiera estado. [...]
A la inversa,
bastó con que las paces de Utrecht y Rastadt (1713-1714) sancionasen la pérdida
de la mayor parte de sus posesiones europeas, para que la metrópoli recuperara
fuerzas y mostrase un impulso demográfico inusitado. [...]
Las importantes
ganancias demográficas registradas entre 1717 y 1860 no resultaron de una
revolución industrial, sino que fueron obtenidas en plena vigencia del antiguo
régimen económico, por efecto de la simple eliminación de aquellos obstáculos
de índole exógena que, por espacio de siglos, habían mantenido los efectivos
humanos españoles muy por debajo de sus posibilidades. Ni revolución industrial
ni revolución demográfica. [...] En una fecha tan avanzada como la del año
1900, España registró una natalidad bruta del 33’8 por mil, una mortalidad del
28’8 y una esperanza de vida al nacer inferior a los 35 años, esto es, un nivel
rebasado por los pueblos escandinavos ciento cincuenta años antes. Al terminar
el siglo XIX, la mortalidad y la fecundidad españolas no habían consumado aún
aquella ruptura con los antiguos trends,
característica del nuevo régimen de población.
En el curso de un
siglo y medio, hasta 1860 aproximadamente, la retirada de la peste –por causas
desconocidas-, la extensión de los cultivos –en una medida insólita facilitada
por el mismo exceso de la regresión precedente- y la adopción del maíz y la
patata (en Galicia desde la segunda mitad del siglo XVIII) parecen haber
bastado para sostener un crecimiento demográfico del 0’51 por ciento anual.
Después, de 1860 a 1911 se desacelera, porque las roturaciones han tropezado
finalmente con el límite que les impone la ley de los rendimientos decrecientes.
La falta de revolución agrícola acaba dejando al descubierto el verdadero
carácter de la pseudorrevolución demográfica. Los 15.659 millares de españoles
de 1860 constituyen el tope que el país habría alcanzado normalmente hacia 1700
de no haber mediado aquella trayectoria política. [...] La segunda mitad del
siglo XIX conoce de nuevo el viejo desequilibrio entre hombres y recursos. La
reiteración de las crisis de subsistencias –en 1857, 1868, 1879, 1887 y 1898-
aportan a mi juicio la prueba más clara de la incapacidad de la nación para
subvenir a sus necesidades más perentorias. [...]
El indicador
demográfico constituye en el caso español una falsa pista. La progresión del
número de habitantes, iniciada a principios del siglo XVIII, no debe hacer
concebir demasiadas ilusiones. Durante dos siglos, por lo menos, la población
peninsular ha aumentado sin cambios económicos fundamentales. [...] La
verdadera industrialización de España es un fenómeno contemporáneo, cuyo inicio
se sitúa en la última década, de 1961 a 1970. Este reconocimiento no debe
ocultar, sin embargo, la existencia de un largo período de gestación. La revolución
industrial echó muy pronto algunas raíces en el solar hispánico. Por falta de
terreno abonado dieron unas plantas generalmente raquíticas que relegaron a un
lugar secundario la vieja potencia colonial. [...] El desarrollo español
presenta unos caracteres ambiguos: economía tradicional y moderna a la vez, de
subsistencia y capitalista al mismo tiempo; hace un siglo la economía española
era ya propiamente una economía dual”.
Jordi Nadal, El fracaso de la revolución industrial en
España, Barcelona, Ariel, 1975 (capítulo 1, “El aumento de la población,
una falsa pista”, pp. 14-25).
Muy interesante ver como en ausencia de revolución industrial el simple aporte de la patata, la pérdida progresiva de posesiones imperiales, las paces y toda una serie (imagino) de circunstancias extra industriales explican el extraño comportamiento de la natalidad española. Máxime cuando nos consta la afición hispana a los juegos de cama de todos los colores.
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