Luis Antonio de Villena: sobre Rafael Cansinos-Asséns

 "Rafael Cansinos-Asséns (de nombre arreglado, se llamaba en verdad Cansino) nacio en Sevilla en 1883 [...] Luego vino a Madrid [...] y aquí se quedó ya para siempre (se dice que Cansinos nunca salió de Madrid) prisionero del fatum, del periodismo y de la literatura. [...]

   Cansinos empezó su vida literaria en los albores del siglo, militando epigonalmente en lo que aún era un movimiento nuevo: el Modernismo. [...] Y se hace secuaz de los grandes palabrahabientes de la facción: Antonio y Manuel Machado, Paco Villaespesa o Juan Ramón Jiménez. [...] En realidad, Cansinos-Asséns no abandonó nunca el meollo último del modernismo y, aunque recorriese muchos varios vericuetos, conservó siempre el amor por la palabra bella, el gusto por la rareza extravagante, un apetito de lujos secretos y aun el afán por la disidencia, la caída y el malditismo que está en todos los simbolistas de cuño genuino.  Cansinos dedicó uno de sus más bellos ensayos a un tema típicamente modernista -Salomé en la literatura (1920)- y todavía uno de sus últimos libros críticos (de 1947) tiene un título que no puede escaparse a la retórica colorista -vistosa- del movimiento: Verde y dorado en las letras americanas. [...]

    Él, más que nuevo era eterno (en El movimiento V. P. se llama a sí mismo <<el poeta de los mil años>>) empezó a frecuentar a jóvenes con ansias de renovación (los ultraístas) y a modernistas trasnochados y trasnochadores, amantes del chambergo y la golfería [...] Dice de Cansinos en una de sus siluetas, César González Ruano: <<No he visto hombre más barroco, más inclinado a ponerlo todo oscuro, acongojado y equívoco>>. Sí, Cansinos (que sólo hizo juegos ultraístas con el peudónimo de Juan Las y la novela citada, El movimiento V. P., en 1921, que es a la par ironía satírica y directo homenaje del grupo) pontificaba en los divanes rojos de El Colonial y se hizo tutelador y abanderado de los nuevos diciendo que era ocurrencia suya lo de ultra, esto es, que la literatura debía abandonar lo viejo e ir más allá, al compás y estruendo de las vanguardias europeas. [...]

   Escribía ensayos raros -Estética y erotismo de la pena de muerte, 1917- y se había abierto brecha -y nunca desmereció de tales barroquismos- con un libro de salmos o poemas en prosa titulado El candelabro de los siete brazos. Él que escribía incansables artículos de crítica y traducía desde muy joven incansablemente. ¿Él, moderno?  He dicho que Cansinos sólo tenía un tiempo: la atroz e íntima nostalgia del imposible.[...] Pero, a más del hechizo verbal, amó perder, y por ello, después de 1925 empezó a desvanecerse lentamente, enfrascandose en ciclópeas traducciones (especialmente después de la Guerra Civil) entre las que se cuentan las obras completas de Balzac o Dostoievski y sobre todo -con prólogo de más de trescientas páginas en papel biblia- El libro de las mil y una noches. El Cansinos que vivía con una hermana (y luego con una criada) en la vieja calle de la Morería, junto al emblemático Viaducto, y después en los altos del Retiro, era un erudito olvidado de todos, el sumo proscrito, el desheredado absoluto, el sin patria: o sea, lo que siempre había amado, un judío. En aquellos largos años silenciosos, trabajando para la casa Aguilar, viviendo pobre y redactando también sus sabrosas, agriculces memorias, muchos le creyeron muerto (sólo Borges le recordaría insistentemente y le visitó en Madrid en 1962).  Cansinos-Asséns murió, en verdad, en 1964 y apenas González Ruano alzó el artículo del recuerdo. Con lo que hay que decir que Cansinos había triunfado. Había conseguido -lleno de obra- perder ostensiblemente, que en caso tal significa volverse invisible, fantasma, muerto en vida. Cansinos amó los melosos ringorrangos de la buena prosa, que sabe un poquitín a poema. Amó la bohemia y la noche, los gatos, la luz de la luna, el afán -sólo el afán- de mejorar el mundo. Y amó a los judíos (probablemente poco tenía de hebreo, aunque lo cultivara y pretendiera) porque eran líricos y orientales, elegantes e inteligentes, fatídicos y perseguidos. Sobre todo, eso, perseguidos heréticos entre los heréticos, heterodoxos, deicidas. Tal es el hebraísmo de Cansinos (en novelas como Las luminarias de Hanukah, de 1924), un malditismo de pose especial, con una pizca de humo de pebetero y mucha ojera y aún más melancolía... Amó a los desequilibrados, a los sabios, a los raros, a la inmensa nocturna minoría, a los que sueñan la gloria imposible. Cansinos amó la radicalidad (la gruta, pues la luz total no llega) y eso es -sigue siendo- terriblemente moderno". 

Luis Antonio de Villena, "Rafael Cansinos-Asséns: en la distancia enlunado", en Lecciones de estética disidente, Valencia, Pre-Textos, 1996.

   

                                                                Luis Antonio de Villena

 
Rafael Cansinos-Asséns 
 

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