Luis Antonio de Villena: sobre los ángeles.
"De mi antigua relación con el catecismo católico sólo recuerdo una de sus definiciones apodícticas*: <<¿Qué son los ángeles?>> Respuesta: <<Los ángeles son espíritus puros, esto es, sin cuerpo, dotados de inteligencia y voluntad>>. [...]
Nuestra idea actual de los ángeles -incluso de los custodios- procede, a través de la Biblia, del mundo zarathústrico, donde existen los amesha spentas, es decir, inmortales salvadores; pero nuestra palabra actual, ángel, es griega, y significa simplemente mensajero. El ángel es intermediario entre un Dios absoluto y terrible y nuestra bastarda pequeñez humana. Sin embargo, la imagen de los ángeles -la imagen básica- es pagana. Un joven con alas (o una joven con alas) en la iconografía clásica eran las Victorias, seres simbólicos, emblemáticos, que coronaban de laurel a los vencedores. Los primitivos romanos esculpieron Victorias en los sarcófagos de sus muertos: eran ángeles que los coronaban -a ellos que habían vencido, mártires quizá- del modo mismo que las Victorias. O sea, los ángeles primeros (las primeras imágenes de los ángeles) eran las de unos seres femeninos, juveniles, levemente androginizados.
Los bizantinos -a lo que tan anchamente hemos olvidado- plantearon en sus polémicas un tema doblemente divino: el sexo de los ángeles. Típica formulación de lo baladí, y al tiempo, de los maravilloso. ¿A qué sexo pertenecen los ángeles? La tropa angélica en Duccio y a veces en El Greco es claramente femenina, pero más frecuentemente (y no suele haber tanta diferencia) los ángeles son adolescentes masculinos. Además, entre la jerarquía (estudiada por el pseudo-Dionisio en el tratado Las jerarquías celestiales) están los arcángeles, cuyos nombre -Gabriel, Miguel, Rafael- son hoy nítidamente masculinos. La Iglesia y la ortodoxia han querido ver en los ángeles, simplemente, seres intermediarios con Dios. Pero los humanos y muchos cristianos -muchísimos cristianos-, harto más platónicos, hemos visto en los ángeles la más nítida materia (volcada al espíritu) de la idealidad. [...]
Rafael Alberti en su famoso libro Sobre los ángeles (1928) encarna sus estados de ánimo turbios, turbulentos, desordenados (estamos en pleno surrealismo) en ángeles. [...] Sin embargo, acaso el poeta angélico por excelencia siga siendo Rainer Maria Rilke, quien en la primera de sus Elegías de Duino (1922) comenzaba el himno de esta rotunda manera:
¿Quién, si gritara yo, me oiría entre los coros
de los ángeles? Y suponiendo que me tomara
uno de repente hacia su corazón, me fundiría con su
más potente existir. Pues lo bello no es nada
mas que el comienzo de lo terrible,
[que todavía apenas soportamos,
y si lo admiramos tanto, es porque, sereno, desdeña
destrozarnos. Todo ángel es terrible.
Conozco pocos textos sagrados tan clarividentes sobre el tema. Un ángel es la perfección, y la perfección no nos pertenece. Y si metafísicamente la tocásemos, moriríamos. Pero incluso ante los más bajos peldaños de la Belleza, su serenidad, su aura inviolable, sus líneas de allendidad, su ensalmo, nos dejan apartados y lastimeros. ¿Quién no sintió que la Belleza le rechaza en su implacabilidad, en su puro ser, en su altiva impecabilidad? [...]".
Luis Antonio de Villena, "Invitación a la fascinación angélica", en Lecciones de estética disidente, Valencia, Pre-textos, 1996.
* Apodíctico: incondicionalmente cierto, necesariamente válido.
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